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Edad avanzada, ¿el principio o el fin?

                Hará un siglo que Freud, a propósito de una conversación mientras paseaba con un amigo, hacía una reflexión acerca de lo perecedero. Su amigo se mostraba abatido y un tanto pesimista cuando se refería a lo efímero de la existencia. La belleza se pierde, se vuelve caduca.... En oposición podemos encontrar una modalidad de pensamiento en el que no se contemple esta realidad, negando la pérdida, sin aceptar este hecho como una condición de la propia vida. Freud cuestiona ambas posturas: ¿por qué no se puede apreciar la belleza aún sabiendo que tiene fin? ¿será, quizás, esta condición de caducidad lo que le de una valor añadido, pues podríamos valorar más una cosa cuando sabemos que la vamos a perder? Sin embargo, estos planteamientos no hacían cambiar de opinión a su joven amigo, por lo que Freud piensa que se trata de algo más. Es así como escribe “ Lo perecedero” en 1915, dando paso, más tarde a su obra “duelo y melancolía” 1917. Freud plantea que se trata del dolor ante la inevitable pérdida lo que enturbia el valor de las cosas. Cuando sufrimos una pérdida, nuestra mirada debería de poder dirigirse hacia otro lugar pasado un tiempo, el tiempo de duelo. Sin embargo encontramos a personas que se sumergen en un profundo duelo, que afectadas por la pérdida o la amenaza de esta quedan atrapadas en una angustia sin poder construir un nuevo marco de referencia.

                En este contexto cabe hacerse algunas preguntas: ¿nos planteamos la edad avanzada como la antesala de una temida e inevitable muerte?, ¿cuál es la respuesta a la reflexión de lo que ha sido nuestra vida?, ¿ la podemos plantear como una etapa en la que construir algo diferente, donde tiene cabida la pérdida?  ¿Qué respuestas pueden venir a taponar la angustia de la muerte?

                Desde el mismo momento en que somos concebidos estamos abocados a la muerte. Hay personas que llegadas a cierta edad deciden “recuperar el tiempo perdido” y a modo de fuga maníaca se ven envueltas en múltiples relaciones amorosas, salidas, viajes.... En la época actual donde la falta no tiene cabida, donde vivimos con la promesa de ser felices teniendo lo imposible, nos encontramos respuestas que atienden a negar este hecho, respuestas que rozan y traspasan a lo perverso, auténticas obras de ingeniería en el cuerpo enfocadas a “perder años”, obsesión por el deporte en aras de retener el vigoroso cuerpo que un día fue, dietas estrictas, cremas antiarrugas... respuestas que no hacen más que crear la ilusión de que no somos tan mayores. La ciencia introduce la incertidumbre de lo caduco. Encontramos a personas que creen que la muerte no va con ellas, o personas que se sumergen en un estado deprimido esperando el final, adoptando una actitud de resignación ante lo inevitable... tantas respuestas que no se puede abordar sino desde la subjetividad de cada individuo, en función de la estructura psíquica de cada persona.

                Sin embargo, llega un momento en que aquello que habíamos construido para soportar el dolor de la muerte, no funciona, aquello con lo que de alguna manera nos manteníamos un tanto “alejados” se resquebraja, lo inevitable se hace presente en lo real de nuestro propio cuerpo. En la vejez la pérdida deja de ser la contingencia que es años atrás y se convierte en una certeza, una certeza que deja marcas en el propio cuerpo.

                Solo cuando somos capaces de aceptar que envejecer y morir forman parte de la propia vida, solo así la angustia cede para dar lugar a la construcción de una nueva forma de vivir, donde la pérdida tiene un lugar.

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Mª José Jiménez

Psicóloga Clínica Neuro-Camps, Alcantarilla. Colegiada 1499. Teléfono de contacto 620050609

Formación Superior Terapia Gestalt.

Máster Psicoanálisis EPP Murcia.

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