A Fernán Pérez Calvillo II, Señor de Cotillas, lo vemos combatiendo con sus ballesteros en Caravaca, Granada o el valle del Almanzora a comienzos de siglo XV. Poco después hará otro tanto contra su cuñado, Alfonso Yañez Fajardo, al que acude a buscar, en dos ocasiones, a la capital con 1200 hombres, pese a la intermediación del rey. La primera tenia lugar los primeros días de enero de 1417. El Señor de Cotillas derribaba la Puerta Nueva y entraba con sus lanceros y ballesteros, acantonándose en la plaza de Santa Eulalia, donde además tenía posesiones.

 

Inmediatamente el Adelantado, regidores y hombres buenos acudieron a pedirle que cesase en el asalto y abandonara la ciudad sin que Calvillo les hiciese caso. Además  sus hombres asaltaron calles y casas, matando e hiriendo a quien se cruzaba en su camino, quemando y robando lo que podían.

 

La vendetta entre Fajardo y Calvillo llegaba así a su culmen, cada uno con sus seguidores a la búsqueda de más poder e influencias. Los desmanes cesaron cuando el Rey Juan II enviaba a Alonso Rodríguez a poner paz, si bien Calvillo, algo bravucón, se resistió a obedecer en principio, alargándose la tensión varios días.

 

Pero la paz duro poco, ya que el Señor de Cotillas continuó con su hostilidad frente a Fajardo, combatiendo ambos en Cotillas y Molina. Cinco años después Carrillo volvía a las andadas y con gente a caballo y a pie, entre la que encontramos malhechores, moros, cristianos y hasta condenados a muerte, asaltando de nuevo la ciudad.

 

En esta ocasión llegó a ser detenido y encerrado en la cárcel, tapiándose puertas y ventanas para que no pudiera escapar. Pero no fue preciso que él lo intentara. Basto con enviar una carta al Rey para que este ordenara su puesta en libertad.

 

De semejantes hechos se llegó a escribir  un libro, si bien al autor se le pago para que mantuviera la boca cerrada y los hechos no fueran conocidos fuera de Murcia.

 

     La familia D´Estoup, es originaria de la región franco-pirenaica de Cominges y llegaron a Murcia, a comienzos del siglo XVIII. Fue un tal Nicolás D´Estoup el primero en llegar y lo vemos en 1717, casándose con María Andrade. De origen noble, su escudo de armas es como sigue: En campo de oro, tres espadas puestas en palo con sus empuñaduras hacia abajo, y en jefe de azur, tres estrellas de oro de cinco puntas, puestas en faja.

      Su llegada a Las Torres de Cotillas, parece producirse a comienzos del siglo XIX, correspondiendo a Trifón Mariano D´Estoup, que compra una casa en el Coto, a orillas de la rambla Salada. Se trataba de un político ligado a los liberales, que llegó a ser regidor de la ciudad de Murcia. En dicha ciudad, tuvo importantes posesiones en Platería,Trapería e incluso en la actual Plaza del Romea.

      Poco a poco, la familia D`Estoup fue ampliando sus posesiones, hasta el punto que en torno a 1870-1880, llegaron a equilibrarlas con las del Señor de Cotillas, el marqués de Corvera. A finales del siglo XIX, deciden construir el Palacete, con diversas dependencias: almacenes, cuadras, almazara…., rodeado de huertos y jardines.

       En dicho Palacete, construido en torno a 1890, albergaron una importante biblioteca privada de varios miles de ejemplares y parte de su pinacoteca, de cientos de cuadros, entre los que se encontraban algunos de Ribera o Zurbarán. Parece que el constructor del mismo fue el arquitecto Pedro Cerdán Martínez.

      Entre 1936 y 1939, el Palacete fue convertido en hospital, que si bien no afectó a la estructura, si varió algunas construcciones anexas.

        Tras la Guerra Civil, el edificio fue abandonado a su suerte durante casi un cuarto de siglo. En 1963-64, el párroco local, ante el déficit de escuelas, realizó una colecta en el pueblo, para arreglar el edificio, comprado por la congregación del Divino Maestro. Ellas construirían nuevos pabellones para aulas y gimnasio.

      Hoy día, junto con la iglesia, es el único edificio que queda en pié del siglo XIX, siendo muy importante su conservación y restauración, así como la recuperación de la torre con almenas, que hace pocos años fue destruida, para realizar sobre ella un tejado a cuatro aguas.

           El yacimiento romano conocido como Las Termas de La Loma se halla ubicado en el paraje denominado Calar de la Rambla o Los Cazadores. Los restos aparecieron accidentalmente cuando en la década de los años 1920 dieron comienzo los trabajos de acondicionamiento de terrenos para el cultivo de frutales dejando al descubierto sillares de piedra y restos cerámicos. Los sillares fueron aprovechados para construir sobre ellos una barraca huertana.  Fue al construir una balsa para abastecimiento y regadío cuando se descubrieron las columnillas del hypocaustum.

            Los propietarios comunicaron el hallazgo a Salvador Sandoval y éste lo hizo a su vez al ayuntamiento y a los responsables de cultura de la Región.  En 1979 se procedió a realizar una excavación arqueológica, en una escasa superficie y, por tanto, no reveló la extensión de la villa romana pero permitió diferenciar la existencia de varios espacios arquitectónicos con hypocaustum, así como instalaciones correspondientes a calefacción. La zona investigada puso de manifiesto la desahogada posición económica del propietario de la villa.

            La construcción de los muros es homogénea. Están ejecutados con piedras irregulares y cal. Esta forma de construcción se ha mantenido en medios rurales hasta nuestros días, pero tuvo su máximo apogeo en la Murcia hispano-musulmana.  Su pervivencia la debe, no sólo a la solidez, sino también a la excepcional resistencia que presenta contra la humedad.  La cimentación es muy profunda superando el metro por debajo del piso del hypocaustum.

            Los espacios arquitectónicos descubiertos se hallan comunicados entre sí por medio de pequeñas aberturas realizadas en las paredes.  Los pilares de sustentación están formados por ladrillos circulares de 25 cm de diámetro y un espesor de unos 4 cm, unidos con un mortero de cal.  Las torres así formadas constan de 15 piezas que dan una altura total aproximada de un metro.  En planta, se distribuyen en hiladas pareadas en sentido longitudinal, con una separación entre filas de unos 25 cm.  En una de las  habitaciónes se conservan en buen estado los pilares, salvo en la zona destruida por la pala excavadora. No ocurre así en un segundo habitáculo, en el que han desaparecido totalmente y sólo pueden apreciarse las huellas sobre el piso de opus signinum. Un pasillo central comunica las diversas dependencias.  Este pasillo, por su estrechez y por la ceniza en él depositada, hace suponerque se trata de la conducción existente entre el hypocaustum y el fornax.

             Los materiales aparecidos en la pequeña zona excavada, principalmente los cerámicos, han proporcionado interesantes datos que permiten efectuar una primera aproximación cronológica. El momento de esplendor de esta villa cabe situarse entre el siglo I y III d.C., a juzgar por la cerámica encontrada. 

            Mientras que el inicio del asentamiento puede concretarse en un momento determinado, la amplitud de la ocupación, así como su abandono, resulta mucho más difícil de precisar.  Este último parece posible se produjese en torno al s.III d.C., seguramente a consecuencia de la generalizada inestabilidad política y social del momento.

La primera referencia escrita relativa a la enseñanza en Las Torres de Cotillas data de finales del siglo XVIII. Así, el 13 de enero de 1796 el Concejo de Cotillas solicitaba al obispo de la diócesis de Cartagena que nombrase maestro de primeras letras para este pueblo al sacristán Vicente Rubio “hábil para este cargo”.  Sabemos, por consiguiente, que la escuela dependía del Concejo quien estaba obligado -tal como hemos visto- a procurar los medios necesarios de todo tipo, incluyendo la remuneración del maestro. Este recibía emolumentos de un determinado número de niños de paga y se comprometía a impartir enseñanza a los pobres de forma gratuita. Además estaban obligados a residir en el municipio y haber acreditado su aptitud para el puesto, es decir, aprobación del Concejo, adecuada formación, limpieza de sangre, probada vida moral y de orden. El sueldo ascendía a unos 150 reales, de ahí las insistentes peticiones de subida de los maestros al ayuntamiento y la negativa de éste por falta de medios económicos.

La siguiente noticia es de abril de 1836, fecha en la que se convocó plaza de maestro con una dotación de tres reales diarios que se pagarían de los fondos municipales, dinero al que se añadirían las retribuciones de algunos niños pudientes.  Los aspirantes fueron examinados y hubieron de presentar informe sobre su moral y buenas costumbres emitido por su párroco, una Fe de bautismo y declaración de adhesión a la reina.  Ganó la plaza Juan José Sánchez. Alrededor de 1846 se menciona en la localidad la existencia de una sola escuela, para niños, que estaba dotada con 1.600 reales anuales.  A partir de 1858  se habla de dos: una para niños y otra para niñas. Mientras tanto los locales utilizados como escuelas eran alquilados a sus dueños: marqués de Corvera y familia D’Estoup, a quienes se pagaba por el arriendo.

En otro orden de cosas es fácil entender que transcurrieran meses y meses sin que se atendiesen compromisos de pago como los salarios; tanto era así que en 1875 la Junta Provincial de Instrucción Pública se vio obligada a dar “un toque de atención” al ayuntamiento por el prolongado impago de haberes que padecía el maestro quien, como medida de fuerza, había suspendido las clases temporalmente. 

Y en cuanto a las faltas de asistencia hay que comentar que a pesar de la labor de sensibilización realizada por  maestros e Iglesia, la pobreza y las necesidades obligan a los padres a valorar más el trabajo de sus hijos que su instrucción  de modo que aún en 1889 sólo el 15% de los alumnos tiene menos de 100 faltas a lo largo del curso y algunos superan las 200 ausencias.  En 1883 sólo asistían a clase regularmente 38 niños de toda Cotillas y esta cifra es representativa de todo lo que había sido el siglo XIX. Destacan, entre los enseñantes, los casos de Luis Tomás Ortega, que permaneció en el puesto desde 1875 hasta 1901 y el de Rosario Febrero Sandoval que se mantuvo desde 1883 hasta 1908.

En los convulsos años de la vuelta del fatídico Fernando VII encontramos a una cubana en el Coto de las Meleras, a orillas de la rambla Salada. Se trataba de Araceli Palma. Casada en Cuba con un tal Alberto, llega a Murcia en 1806, tras el fallecimiento de su joven marido, envuelto en luchas por la independencia de la isla, empujado por un personaje ligado a la masonería y que acabará siendo un espía del monarca.

Araceli es una joven de 27 años, guapa, de cimbreante talle, graciosa, sensual, de rostro moreno y ojos no muy grandes, pero apicarados. Su voz cálida y su viveza femenina la hacían el centro de las miradas. Llega a Murcia, con su negra sirvienta Gracia y pronto conoce a Trifón D´Estoup y a Miguel Andrés Stárico, ricos comerciantes, con propiedades en Cotillas. Ellos le aconsejan comprar una finca en dicha población, donde pasará las primaveras y veranos, viviendo en el barrio de San Nicolás de Murcia el resto del año. Será el guarda de la finca Antonio Verdú, un huido de Alguazas, donde había cometido un asesinato.

A partir de 1809 Araceli Palma conoce y contrata como administrador a Francisco Montoya, antiguo amanuense del conde de Floridablanca; hombre atractivo, fuerte y ligeramente cojo tras un enfrentamiento con una partida de bandoleros, por lo que era conocido como “El Cojo Montoya”.  Pese a estar casado, pronto surge entre ellos un amor que guardan y esconden, llegando a tener una hija, fruto de sus furtivos encuentros en Cotillas.

Pero no todo fue felicidad. Francisco Montoya salió en defensa, una noche, del torero y carnicero de Santa Eulalia Celestino Parra. Estaba siendo atacado por furibundos realistas; en el fragor del enfrentamiento Francisco recibió un tiro y fallecía casi en el acto. No esperaba mejor suerte a Araceli Palma, conocida como  Celi la Marquesita.

Los defensores de la Constitución conspiraban contra Fernando VII, intentando pronunciamientos militares que impusieran la misma al denostado monarca. Para ello se reunían en boticas como las de Cachapero, en la Platería y la de Osorio, en la calle Lencería. Entre ellos se encontraban Juan Romero Alpuente y Juan Manuel del Regato López que huyendo de la justicia, en 1816, acaban dirigiendo sus pasos a casa de Araceli, en Cotillas, con documentación comprometedora. Descubierto su refugio sale en su busca una partida de escopeteros, comandados por Mariano Ataz. Los personajes salen huyendo, rambla Salada abajo, siendo detenida la inocente Celi que es trasladada a las cárceles de la Inquisición, en un carro frutero, sufriendo duros tormentos. Tras cuatro meses de dura prisión es conducida a Cartagena, siendo enviada, como exiliada, a Tenerife. No podía sospechar que uno de sus visitantes, José Manuel Regato, era un espía, el mejor de la época, infiltrado en grupos masones y liberales para denunciarlos y que fueran detenidos.